La vida humana no es solo necesidad instintiva, sino requerimiento de otro. La fragilidad que nos constituye nos hace la especie más dependiente en la infancia. Dada esa dependencia, rápidamente el hambre fisiológica se ve superada por otra clase de afán: la búsqueda de mirada, atención y caricias, todas ellas, son alimento psicológico. Al ser humano le comienza a interesar, más que los objetos que se le otorgan, el cómo esos objetos le son dados, con o sin amor, con o sin respeto. El amor tiene que ver con el sentimiento de vida, por ello es una experiencia que no deja igual a quien la vive, tampoco a quien carece de ella, pero la anhela. El llamado infantil “mírame, mírame, escúchame” reverberará toda la vida. Para bien y para mal. El gran problema existencial es que el amor es una demanda, el amor se pide, pero a la vez, no es posible exigirlo. Tal dilema es material de infinitas novelas, canciones, pesares, mercancías y consultas psicológicas.

El amor nunca es algo concreto, nunca es el regalo, antes es el envoltorio que representa el tiempo y dedicación del que regala. El amor tiene un vínculo con el deseo, también con el sexo, pero no son la misma cosa, tampoco convergern siempre, se puede desear y odiar a la vez, tener sexo con o sin amor. El amor tiene una cualidad inaprensible, esa es su fuerza escurridiza e inquietante. Cada época dicta sus preceptos sobre qué es el amor, quiénes y cómo se debe amar, pero ninguna educación sentimental logra apropiarse de la parte invisible e indomable de eros.

El amor no arregla la distancia irreparable entre uno y otro, por eso el amor tiene la capacidad de doler, pero sí es capaz de generar una proximidad psicológica inédita. Hay muchos modos del amor, quizá uno de los más virtuosos sea alcanzar la creación de una soledad compartida, algo así como escribió Barthes: estar con quien se ama y pensar en otra cosa.

Duración Taller: 2 sesiones de 2hrs cada una.